Erase una vez una bruja que vivía en el reino de Pereza, ella vivía en la casa de madera del inmenso bosque frondoso que se situaba al oeste del reino.
La bruja era una señora de apariencia amable y simpática, eso sí, no le gustaba que nadie entrara en su bosque.
Un día mientras cazaba conejos, para cocinarlos después, vio que un joven se adentraba tras de un apetitoso ciervo. La bruja fue a su encuentro, cuando el ciervo ya había sido cazado por el joven, la bruja invitó al joven a comer a su casa a cocinar el fornido ciervo que había cazado.
Al principio el joven quiso rechazar la oferta, ya que, al fin y al cabo era una bruja, pero no tuvo escapatoria y fue con la bruja.
Después de comer, el joven que estaba lleno, dijo que se iba a su casa, ya que seguramente su mujer le estaría esperando, pero la bruja insistió en que se quedara a echar la siesta y descansara un poco antes de marcharse.
Al despertar, se vio maniatado por la bruja que le dijo:
-Pobre chiquillo, nunca te fíes de una bruja. Ahora vengo; voy a buscar condimento para comerte —exclamó con maldad.
Cuando el joven se quedó solo, buscó alguna cosa con lo que poder cortar la cuerda con la que estaba atado y fue entonces cuando oyó aquel ruidoso sonido. ¡Era el helicóptero de su padre, que le estaba buscando!
Salió de la casa arrastrándose como pudo, hasta llegar al jardín de la casa, donde grito con todas las fuerzas. Su padre le oyó y bajó a rescatarlo.
Justo subió al helicóptero, cuando apareció la bruja corriendo, ya que ella también había oído el ruido.
Por fortuna el joven logró salvarse de las garras de la bruja, pero aprendió una gran lección: Nunca te fíes de una bruja, aunque sea amable.
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